Antonio Colmenares Martínez
No puedo evitar seguir hablando con Jorge, están muy cerca, nos pisan los talones las charlas en radio o en la caminata desde la sede de Caracol hasta el centro, en las tardes, después de las cuatro de la tarde.
En San Andrés hay muy buenos contertulios, pero con Jorge es diferente, aguanta lo que le pongan, aún hoy cuando creemos que se ha ido, pero no hay que equivocarse, sigue aquí, conversando y volvemos a saltar de tema en tema, de personaje en personaje. Sigue desde ese espacio único que fue su vida y será su recuerdo, sorprendiendo con el comentario caliente y mordaz, humorístico y prefiere reír en vez de ‘emberracarse’ con la ponzoñosa realidad.
Jorge me sigue hablando, es difícil que calle, me advierte ahora, como lo hizo en radio que no cite mucho las frases de Karl Bukowski, el poeta maldito del realismo sucio porque a las mujeres no les gusta esa filosofía del bohemio solitario y es cierto y prefiere que hablemos de Alejandra Pizarnik, la de las muertes lejanas, la de la “memoria iluminada, galería donde vaga, la sombra de lo que espero. No es verdad que vendrá. No es verdad que no vendrá”, la poetisa de la desesperanza, la de los “huesos brillando en la noche, estas palabras como piedras preciosas, en la garganta viva de un pájaro petrificado, este verde muy amado, este lila caliente, este corazón sólo misterioso”.
Jorge no calla. Ahora me recomienda los versos de Molina, un poeta que lo ‘trama’, a mi no tanto, pero igual me dejó el libro porque no hubo tiempo de devoluciones. Ahora si lo leeré, para que sigamos discutiendo con Jorge sin descanso de ideas y palabras, que solo enriquecen a quienes las encuentran por los, a veces, incómodos caminos del pensamiento.
Jorge, hermano, creo que sería bacano que recordáramos una crónica suya escrita en febrero de 2020. Usted se salvó de vainas de una enfermedad grave y entonces yo lo entrevisté como a un resucitado y cerramos con la crónica. Vamos a recordarla.
El texto lo titulé: Jorge Muñoz, bien de salud y preparado para ‘las montañas que le falta por escalar’ y decía: Jorge Muñoz, polémico periodista, de lengua alopécica y punzante, escritor de cuentos divertidamente crocantes y muy próximos a realidades que llenan los vacíos de la incertidumbre, Jorge el que además pinta desde las alturas del humo guardando familiaridad de rasgos con Alexander Calder que fue a las nubes a pintar aviones, este Jorge Muñoz, aunque nadie lo crea estuvo, a esto, de morir.
Este hombre es un artista que sucumbió ante la belleza de San Andrés y se quedó para siempre navegando en los barcos del tiempo para poner rumbo norte definitivo al nombre de su eterno periódico Giro Compás.
San Andrés sin este ‘man’ sería otra cosa. Sería una isla aburrida porque no habría con quien chocar las copas de los debates para en seguida beberse las risas de las burlas y escupir las angustias que dejan la corrupción y tanto problema social que habitan las charlas de periodistas.
Pero Jorge casi se va sin despedirse por la negligencia de algunos funcionarios de la salud, que desde hace mucho tiempo es un desastre en las islas. Afortunadamente es un hombre fuerte perteneciente a la generación de costeños que no se mueren la víspera sino cuando se les da la gana y está entre nosotros, muy fuerte y con ganas de trepar todas las montañas que le faltan.
Pero ¿qué le pasó?, la verdad nadie mejor que el mismo puede relatarlo y por eso escribió esto que ha llamado ‘Crónica del desangre’ y que dividió en dos entregas. Aquí está la primera.
El Ojo Que Ve
Crónica del desangre
Por Pu-Tong y/o Jorge Muñoz Pedraza
Crónica de un enfermo que se desangra pero que mientras la sangre fluye a chorros por su uretra, lucha implacablemente por no perder el sentido del observador,
Cuando pensé que me había alejado del adocenamiento decembrino, del coro infantil que repite hasta el cansancio, botín, botín, botín, el niño ha llegado y trajo el botín, justo me había pasado todo el mes pegado a mi mesa de trabajo donde dispuse de toda mi concentración desde bien temprana la mañana para demostrarle al otro que soy yo, que aun puedo extraer desde otras dimensiones, esos seres fabricados con líneas ondulantes, forrados de colores fantásticos, seres reptilíneos no reptídicos, justo cuando creí que ‘diciembre me gusto para que te vayas’ 2.019, justo antes del día de los inocentes, que son en su mayoría el pueblo locombiano, preciso cuando me levanto de la silla, con mis piernas dormidas tras horas de permitir que los marcadores fueran cerrando las pequeñas hendiduras que existen en un punto, un tejido en micropunta que también ha cansado mis ojos y me hace ver huecos de colores en la mitad de mi frente, me digo a mí mismo, es hora de una meada que me libre de las cinco cervezas ingeridas en el esfuerzo pictórico del día y cuando bajo la corredera del viejo y desteñido short, grito: ‘mierda’, al ver el chorro de sangre que fluye incontenible desde mis entrañas, sorpresa, terrible sorpresa, premio gordo que me otorga la vida a mi intento de mantenerme activo a los 75 años,
Un frío helado como el miedo que he tenido siempre de morir congelado como un oso polar me recorre todo el cuerpo pero aun alcanzo a percibir el ruido de la maquinaria infernal que rueda veloz, veloz, como la champeta que se escucha en el moderno equipo de sonido por tiempos, día tras día, noche tras noche, con pocos intervalos y, siento que estoy al borde del nocaut y vuelvo a la silla al pie de la mesa de dibujo, respiro con calma y coloco un algodón con alcohol que mantengo siempre para cualquier caso como las viejitas de antaño, que lo usaban para todo, me recupero, busco entre las ruinas de mi existencia un pequeño pucho que me alivie de los dolores y trato de olvidarme del trauma, repitiendo que ha sido una alucinación, de las cervezas y de la poca alimentación que he tenido durante todo el día, uno o dos chorizos para mantenernos en el aguante, con Calle 30.-
Creo, en ese momento que pierdo la oportunidad de continuar creando los mundos fantásticos en los cuales me he empecinado a través de la línea ondulante, mundos paralelos, otras dimensiones que se encuentran debajo de los poros del cartón paja y que yo extraigo con la pericia de un buen cirujano, afinando un pulso nervioso que se calma mientras dibujo línea tras línea.
Llamo al médico, al amigo y le cuento la triste historia y él con toda la ternura del mundo me dice por el teléfono, hospital Jorgito, me parece grave, puede ser cualquier cosa pero es grave, me resisto a creerlo, desecho la idea de estar grave y el desangre se interrumpe de repente cosa que me alegró pero al rato, al igual que los dolores de un parto, regresan y con ello el flujo de sangre, ya entonces con dolores intensos producidos por la coagulación de la sangre en el espacio uretral, en cada flujo sudo intensamente, con conatos de desmayo pero aguanto hasta que el dolor es insoportable y parto con un amigo en una moto hacia la primera parada de urgencia en la clínica Villarreal donde me atienden y me piden que espere, el bote de enfermos que aguardan turno es considerable pero el tiempo apremia y el dolor no se me despega como un corredor que va a mi rueda y me devuelvo a casa diciéndome mañana será otro día para empezar a morir.
Sentado en la cama, esperando el retorno del chorro y del dolor, analizo que me he pasado todo el año tras las huellas de un proyecto para darle a los chicos del sector de Rock Hole, seres olvidados de muchos gobiernos, una oportunidad para que dibujen, hagan música, dancen, hagan teatro, en fin para una nueva oportunidad de vida en una ciudad que se ha vuelto famosa por el culto a la muerte, San Andrés la nueva necrópolis donde los chicos carentes de oportunidad cuya vida la han pasado en la calle, la tengan, en la escuela que he diseñado pedacito por pedacito, como una nueva piel que le creciera al tejido social, roto como la vida misma de los chicos muertos a bala.
La calle es ruidosa, pasan carros y motos ruidosos que desprenden de sus exosto toneladas de venenos que van ingresando al organismo a través de la piel y nos van matando a todos, despacito muy despacito, carros que van hacia la Juan 23 , carros que vienen de la Juan 23, altas velocidades que me hacen preguntar si van rápido porque el diablo les va mordiendo las nalgas o es un miedo desconocido que los hace ir go fast, go fast, hacia donde, hacia la casa donde los espera una esposa enamorada, una amante, un padre, una madre. O simplemente nadie, solo velocidofílicos empedernidos que piensan que están empujando las espuelas en los ijares del caballo de acero.
Primera parte